Letanía
A principios de los años sesenta del siglo xx, Miquel Porter, Lluís Serrahima y Jaume Armengol, vinculados al movimiento de Els Setze Jutges, publicaban una letanía que se hizo famosa y que recitábamos en la clandestinidad. Algunos la deben de recordar. Las primeras estrofas decían así: «Tot canvia, res canvia, mira el tren, mira la via. Si t’ho penses i bé observes, ja sabràs filosofia» (Todo cambia, nada cambia, mira el tren, mira la vía. Si te lo piensas y bien observas, ya sabrás filosofía). Y continuaba: «Mil discursos, pocs recursos, és el pa de cada dia. Sols Espanya, qui ho diria, vol ser sola i no canvia» (Mil discursos, pocos recursos, es el pan de cada día. Solo España, quién lo iba a decir, quiere estar sola y no cambia). Y todavía más: «Monarquia, oligarquia, dictadura, cara dura. Barret frigi sens prestigi i després vingué el prodigi» (Monarquía, oligarquía, dictadura, cara dura. Gorro frigio sin prestigio y después vino el prodigio).
Ahora, más de cincuenta años después, una buena parte de la realidad continúa pareciendo inamovible. Las libertades truncadas, la represión al orden del día, la mentira sistemática, la demagogia como argumento, la sanción en lugar del diálogo, el encarcelamiento de inocentes, la corrupción generalizada, la razón de la fuerza por encima de la fuerza de la razón, los medios partidistas, la lengua maltratada, la escuela atacada, la cultura menospreciada, la ofensa de los sentimientos y la ocupación policial, nos recuerdan demasiado los viejos tiempos.
Probablemente habíamos vivido durante cuarenta años de una manera acrítica el equívoco de la democracia con trampa, que nos distraía con el voto periódico, marcado por una ley electoral del todo discutible, de las heridas del paro injustificable, del crecimiento de las desigualdades, de los desahucios, de la Unión Europea de los estados y del capital, de los comportamientos irresponsables de las grandes corporaciones, de las políticas de austeridad, del delictivo cierre de fronteras a los migrantes, de la especulación sin límites, del militarismo inaceptable, de la debilitación de los servicios públicos, del menosprecio por la seguridad humana, del abandono de la cooperación internacional y la despreocupación ambiental.
No obstante, nos había nacido una esperanza. Queríamos un país nuevo con formas y contenidos humanos, nos lo creíamos y centenares de miles de personas lo decíamos por las calles. Ahora vemos, sin embargo, que posiblemente nos hemos precipitado: una constitución forzada militarmente desde el inicio para impedir la salida del estado de una nación que esté integrada en él, la densa red de intereses creados mezclada con las instituciones del estado y, hay que decirlo todo, una cierta incapacidad interna, lo han hecho inviable de momento. Pero estemos seguros que iremos ganando mayorías –y no tardaremos mucho– en la medida en que sepamos definir la vida política y económica que nos puede esperar, en la medida en que nos expliquemos por las autonomías del estado que tampoco resisten más tanta injusticia, en la medida en que persista la firme voluntad ciudadana y, finalmente, en la medida en que, como siempre, hagamos de la no-violencia nuestra forma permanente y exclusiva de acción.