Violencia patriota
El escenario político abierto con el proceso independentista se ha convertido en la mejor manera de visibilizar las carencias de un Estado en quiebra democrática. La ilusoria etapa de la Transición, que algunos creían que era el mejor cauterizante de una herida que todavía brota a mares, ha quedado a cuerpo descubierto en el preciso momento en que se materializaba la voluntad del pueblo catalán de autodeterminarse con el referéndum del uno de octubre. Unas carencias democráticas que han comportado más de 800 imputados, 24 detenidos, diez encarcelados —de los cuales cuatro todavía permanecen entre rejas— y una violencia sin precedentes: 1.066 heridos en un solo día que cometieron la imprudencia de querer votar en referéndum.
Sin embargo, esta quiebra democrática también ha dado lugar a otro fenómeno: la violencia del nacionalismo español. Es decir, esto que se tiende a definir de manera erróneamente genérica como «violencia fascista». Hablamos de más de 125 casos constitutivos de delitos que yo mismo he podido documentar y acreditar durante el periodo septiembre-noviembre de este año. Amenazas, coacciones y una multitud de agresiones de todo tipo que han tenido un denominador común: el ultranacionalismo español más intolerante. Es por eso que es un error hablar de ataques de la extrema derecha, porque muchos de estos ataques no solo han sido perpetrados por activistas ultraderechistas, sino que en muchos casos, de hecho, ha sido imposible acreditar la ideología del atacante del cual solo se conocía una motivación: la motivación nacional o identitaria.
En este aspecto también es un error —grave y perverso— señalar el independentismo como responsable del «despertar del fascismo». No lo digo solo yo, lo acreditaba hace poco en una entrevista una eminencia en este campo como el profesor Xavier Casals y que explicaba de manera sencilla que el independentismo ha producido una agitación ultrapatriótica del nacionalismo español que en ningún caso es nueva. Es sencillamente una constante histórica desde que los militares volvieron derrotados de la Guerra de Cuba en 1898 y señalaron el catalanismo como el enemigo a abatir para evitar la desmembración de España. Es por eso que este ultranacionalismo se vertebra a principios del siglo XX en Barcelona y no en Madrid. Es por este motivo que, desde entonces, cada vez que la patria se ha sentido amenazada, ha sacado las zarpas sin miramientos, también de manera violenta. Una violencia invisible, silenciada por los grandes media, que han ocultado deliberadamente las decenas de heridos —algunos de ellos muy graves— fruto del nacionalismo español y también de la extrema derecha que han tenido lugar durante este convulso otoño en Cataluña.