Ruido

Jaume Cabré

Fíjate que no deja de admirarme la capacidad de entusiasmo de la gente. A cada iniciativa represiva, surge una respuesta pacífica e inequívoca. Ya no estamos para historias. Sabemos que no estamos solos: siempre tienes gente alrededor.

Hace unos años nos rodeaba la prudencia. Podíamos ser independentistas, sí, pero se tenía que llevar un poco a escondidas. Nuestra manera de ser era la que se podría definir con una de las expresiones más tristes que he oído nunca: «el nostre mal no vol soroll» (nuestro mal no quiere ruido), que era una manera de reconocer que nuestro destino, como catalanes, tenía que consistir en tragar sapos, uno tras otro y sin muecas de asco.

Me da la impresión de que las cosas, de manera colectiva, se rompieron en 2010 cuando en la manifestación del Onze de Setembre, la reivindicación que se impuso no era justicia, libertad, más autonomía o algo parecido, sino que ya se señalaba el quid de la cuestión: lo que queremos es independencia. Tras años y años de manifestaciones por la Diada, por primera vez nos desmelenábamos. Se nos había acabado la paciencia. Y los que gritábamos éramos gente que, hasta entonces, consideraba impensable que un día se remangaría e iría a una mani y se desmelenaría y acabaría afónica gritando algo que hasta entonces era tabú. Y le encontramos el gusto. Se nos había acabado la paciencia: estábamos hartos. Y desde aquellos días y de una manera cada día más sólida, abuelos, tías, ejecutivos, adolescentes, abuelas, tíos, se incorporaban a la calle con una estelada que dejaba de ser algo de unos cuantos jóvenes alocados. Y se hacían fotografías. Y liberaban sus demonios. Y se abrazaban con su vecina que era murciana y que también estaba en la mani. Y la gente mayor empezaba a decir «mani». Pero con el paso de los años, llegó la fatiga: «venga, que sea la última mani, tú». Pero si era necesario, se iba: en primera fila y con una sonrisa.

Hay que recordar especialmente la entereza de la gente de todas las edades que, el día 1 de octubre, fue capaz de hacer frente a policías armados con la peor de las armas: la del menosprecio y el odio hacia sus víctimas pacíficas. Y si eran mujeres, aún más menosprecio: les escupían frases del tipo «¿qué haces tú aquí (insulto), si tendrías que estar fregando platos, eh, (insulto)?» Y les tiraban del pelo para que recordaran quién manda aquí. Pero esta gente vilipendiada no abandonó su sitio. No lo puedo remediar: estoy orgulloso de la gente valerosa que nos rodea, gente sacrificada que no se pone medallas, que ha hecho horas de plantes sin perder el coraje, sin abandonar el toque de humor… Gente a quien no le da la gana de rendirse. Y se van a Bruselas en un viaje interminable pero con la misma alegría y energía que si estuvieran yendo a ver la gran final de su equipo de fútbol. Con esta gente, lo tenemos ganado: tardaremos más o menos, pero el futuro es nuestro. Es que hemos aprendido que nuestro mal sí quiere ruido: quiere altavoces e información veraz. Y ya no es un mal: es esperanza.


Jaume Cabré
Escritor. Traducido a una veintena de lenguas. Es autor de obras reconocidas internacionalmente, como "Las voces del Pamano" y "Yo confieso", y ha sido distinguido con los principales premios literarios.